jueves, 29 de diciembre de 2011

La líquida estética de la amargura

La líquida estética de la amargura: Estephani Granda Lamadrid
Por Hugo Garduño

En estos últimos tiempos, hemos estado acostumbrados a que muchas autoras se nos presenten comenzando por su condición de género, incluyendo esa misma característica en sus contenidos, como si ese tuviera que ser un requisito omnímodo para poder leerlas. Siendo esa una cuestión totalmente independiente: el género o la preferencia de cualquier autor, autora, artistas o profesional en cualquier categoría, para poseer calidad o relevancia en su respectiva disciplina, o de plano carecer de ella. Yo desde siempre en lo único que he creído, es en la calidad y la relevancia del discurso, no importando nunca a qué sexo pertenece quien escribe. Afortunadamente, Estephani Granda Lamadrid es poseedora de un abundante caudal tras su voz, por lo que con la sencillez de la artista que nada más busca expresar lo que es y lleva, se nos muestra, sin necesidad de distractores externos que nos desvíen de su discurso, en un afán de obligada militancia.
Es de subrayarse también, que desde los primeros versos nos encontramos con un sentimiento honesto, en el que es evidente que esas abstracciones surgen no de invenciones forzadas, llevadas al papel ante todo, por una necesitada imaginación antes, antes que por una experiencia de vida: Todo en Granda, desde el principio, se siente verdadero, porque así lo es. Y siendo de esa forma, sus poemas son capaces de comunicar y emocionarnos, con toda esa gama de sensaciones que en apariencia, de sobra se conocen. Porque los temas que toca, antes fueron ampliamente abordados por infinidad de poetas, eso podría creerse. Sin embargo, no es así, porque otro de los valores que llaman de su poesía, es precisamente la originalidad, y tremenda penetración que hace, de temas que se creían sabidos, pero que en ella son un descubrimientos total, como son el desamor, la pasión física y emocional que desemboca en muchas formas de deseo, el dolor de lo que no se tiene, la añoranza por lo perdido o lo soñado, hasta el odio, y el asco surgidos del hartazgo por lo que se añora: Son obsesiones de mil formas abordadas por ella, en su muchas veces descarnada vivisección, siempre hecha con talante estético y profundo.
No es de extrañar que una abstracción verdadera, surgida de lo más profundo de las vísceras, pero acompañada siempre por la guía de una inteligencia que sabe hacia donde va en su desahogo; da por resultado un estilo elegante y bien diferenciado, de otro que pueda resultar habitual. Pues si bien el agua, la convivencia de ésta con el fuego, el silencio, la soledad, el abismo y el desgarramiento internos, forman parte de una planeada estética de imágenes para esta obra; Granda es dueña de su propia musicalidad y ritmo: siempre genuinos como todo lo dicho aquí, anteriormente acerca de ella.
Gracias a esa natural autenticidad, no nos encontramos con una galería de lugares comunes, siempre presentes en mucha poesía, como pudiera creerse. Desamor, deseo y una constante emoción sin miedo al odio, son capaces de sorprender en este Silencios de agua. De silencios pesados, dolorosos; que hieren en el hueco enorme que se le forma a la autora al evocarlos. De una agua que ahoga ante la indefensión de la desventura, que eterna recorre helada el cuerpo con el deseo crispado, con el rencor aterido dentro. Silencios de agua es un recorrido siempre doloroso, pero a la vez placentero, al ser capaz de transmitir toda su emoción al sentir del lector; que ahí se sumerge en un viaje no creído de tragedia hermana, siempre presente, al estar cada uno expuesto a sensaciones que de cerca conocemos y que desde su libro nos guiñan.
Una obra uniforme en su diseño. De continuidad en el momento en que fue escrita. En sus ideas que no dejan de seguir asaltando, cada momento con nuevos rostros, y con dejos que regresan para herir porque antes no acabaron, del todo hacerlo. Con otras vertientes que de repente surgen, para enterarnos que todavía ese desgarre puede tener otros motivos.
Un lenguaje exquisito y certero por filoso, que como serpiente o enredadera, se va enroscando suave y delicado pero peligroso en las emociones que Estephani disecciona, y nos entrega muchas veces como manjar de hiel. Al mismo tiempo son continuos los asaltos, los golpes secos en el rostro, de poemas breves, algunos de un solo verso, que contundentes, surgen dando una terrible verdad, con un trasfondo que ya no se pregunta, porque ahí viene implícito. Y he aquí uno de esos poemas que no deja lugar a la duda: “Hubiera sido mejor dejar la fruta entera/ morirse de hambre”: tanto resumido en dos versos, que son un latigazo de la página 49, y que gran parte de lo preliminar leído nos dicen, de una forma así: casi brutal.
No hay voz, ni voces adoptadas o aludidas, Granda viene en este libro de un lugar muy propio, muy de ella; que como buena obra muchos nos dice de lo que somos o ignoramos, y a ella la hace llevar a la horca a tanto detestado, pero sin expiación posible, porque no la busca: “No hay atajos esta tarde /no hay un solo camino con final / todas son formas de conocerse antes / abrir el cuerpo que fluye en mis sueños llevándoselo todo / huir a cualquier patria / sin nombre / Es que yo no soy de acá / yo vengo de ninguna parte: Nos dice Estephani: ella no viene de ninguna parte.
Una fragilidad dolorosa que inunda y duele, pero que a la vez todo el tiempo avasalla transformada en poderosa emoción y estética.

Hugo Garduño
30 de marzo de 2011

El universo oblicuo en Silencios de Agua

El universo oblicuo en Silencios de Agua, de Estephani Granda Lamadrid
Por Esaú Corona

“Oh amada culpa qué hermosa te levantas sobre mi cuerpo
qué suave eres entre mi carne
amabilísima en contra mía”

Así inicia uno de los poemas pilares de Silencios de Agua, de Estephani Granda Lamadrid y fue justamente al llegar a estos versos, en mi lectura, cuando el mundo que late en el poemario se reveló para mí. Un canto a la culpa, un canto al odio, un canto al dolor, pero estos elementos vistos como apunta Adriana Tafoya en su prólogo al libro “odio (como sinónimo de lo benigno)”. Granda realiza un canto a la culpa vista no de manera negativa, no es su canto una negación de la culpa, es por el contrario una alabanza. Con esta realidad Granda recuerda a poetas como Gibran Jalil, quien en su poemario El loco escribe un canto a la derrota “Derrota, mi derrota, más amada que mi triunfo” o como Eros Alesi, quien escribe: “Oh dulce, Oh padrina muerte, oh muerte que eres muerte”. Con este paroxismo de pensamiento, Granda toma una postura, se propone desgarrarse con el lector y nos muestra un universo sorprendente de imágenes en el cual los signos y los símbolos están ahí, sin embargo para ser resignificados. La fruta, El desierto, El polvo, El mar y El agua, todo esto habita y convive, comparte el mismo espacio, sin división alguna dentro del cuerpo de la poeta, genera paisajes contrastantes plenos de gran expresividad.
La fruta madura, crece Kafkianamente dentro del cuerpo de la poeta, es el hijo nacido del amor, es el odio que hace temblar el cuerpo. El desierto y el polvo están en los huesos, el agua, la humedad corren por las venas, no hay una separación entre los espacios y el cuerpo que los ocupa, no se sabe si el mundo ha penetrado entrando en la poeta o si la poeta se ha vertido, envolventemente sobre el mundo, pero sin duda alguna la transmutación se siente como un silencio que desgarra el cuello.
Estos “conceptos” dejan de ser conceptos. Como para los existencialistas la angustia, para Granda, el dolor, el odio y la culpa son mucho más que un concepto, porque se manifiestan materialmente, se sienten no en lo etéreo, por el contrario, se sienten en la carne, en la sangre, en el hambre, en el vientre.
En Silencios de agua, la poeta construye un universo oblicuo en el que ella misma es contenido y continente. Es una isla inahogable, quiere ser olvidada, escupir contra el espejo que la reproduce, quiere reinar en su propio mundo que la habita. Sale por la ventana, se prepara para huir al mismo tiempo que ancla, llueve para ella una aridez. Pero todo instante es ella, hablando, lloviendo, el poemario es una implosión como señala Tafoya. Felizmente impregnada de culpa y de odio Granda dice con severidad: “no había que desearse limpio” y si engulle la discordia, siembra huesos de polvo.

 
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